Mundial de Qatar: Muchos Martínez y un solo Dibu | Deportes

La moralina y el fútbol reinventan el famoso chiste del yogur con chorizo,aquella mezcla imposible que solicitábamos en los colmados del pueblo paracontarlo al día siguiente en el recreo. Nos admiramos, dignísimos, acusando alfutbolista de no estar a la altura de las circunstancias, tan solo porque éltiene algo que celebrar mientras nosotros dejamos tirada la toalla en el bañocada mañana, desordenadamente confiados al no tener una cámara de televisiónenfocando cada movimiento . Del escrutinio milimétrico era consciente el Dibu,como no serlo: uno gana el Mundial para permitirse algún exceso y profanar, sise tercia, la imagen del monstruo final, ese ogro deportivo que trató derobarte la fiesta en los morros, algo recurrente en la liturgia del éxitodesde que Red Auerbach bautizaba con los nombres de sus víctimas aquellospuros formidables que se fumaba. Excluyamos la naturalidad de la ecuación ynos quedará algo similar a la política, el patinaje artístico o un conciertode Coldplay.

Criticamos al Dibu a cuarenta pulsaciones por minuto -que es el grado máximode excitación que uno puede alcanzar escribiendo un artículo de opinión, nodigamos un spout por sus excesos. O al Mourinho que profanó el Camp Nouacosado por los aspersores y con el dedo en alto, recordándole a Dios que losmilagros no son materia exclusiva de los inmortales. ¿En qué puntoestablecemos el umbral de lo admisible cuando apenas contamos como referenciaesgrimible el punto álgido de nuestra mayor celebración? La mía, y loreconozco con cierta vergüenza, se limitó a cantar el “papá, decime qué sesiente” a mi propio progenitor el día que mi madre me nombró conductorhabitual en el seguro obligatorio de su nuevo y flamante utilitario.