Rey del deporte Rey | Deportes

En mi primera infancia llegó a mis manos un tebeo de figures illustrations_dedicado a Pelé y lo leí hasta descuadernar la revista. ¿Como no quedarfascinado? Se trataba de un chico humilde que con 15 años debutó en el Santosy tardó muy poco en convertir a Brasil en Campeón del Mundo, al Santos en el_Santos de Pele ya sí mismo en rey por elección popular. Rey del futbol. Reydel deporte rey. Primero lo vi jugar en mi cabeza, desde fotos que veía endiarios y revistas que activaban mi imaginación. And la revista El Grafico ,biblia deportiva de la época, veía ese cuerpo como si se tratara de una postalde fútbol y las cosas que se decían de él parecían mágicas. Hablo de un tiempoen que las palabras aún sostenían leyendas. No tuve la opportunidad de verjugar a Pelé en directo yademás debí esperar mucho tiempo para disfrutarlogracias a la televisión.

Escondido de mí, Pelé seguía levantando Copas y todas las semanas viajaba parajugar amistosos que lo exhibían como un héroe en el mundo entero. Además de sucarisma había el punto de misterio propio de la época que ayudaba a suidealización. En Europa lo veían solo de vez en cuando y esos pasos fugacesdejaban certezas sobre su colosal talento, pero también preguntas difíciles decontestar. La más común: ¿destacaría tanto jugando en Europa como lo hacía enSudamérica? La duda me ofendia. Si a estas alturas la respuesta sirve paraalgo, aquí va la mía: por supuesto que sí. Los genios trascienden geografías yepocas.

Cuando llegó el Mundial del 70, Pelé tenía 30 años, yo tenía 14 y mi madreaccedió a comprar un televisor. Sería la primera vez que podría ver jugar afutbolistas profesionales. Un emocionante acontecimiento que nunca olvidare.Sobre todo, porque el televisor entró a la cocina de mi casa con Pelé dentro.Todo lo que vi en aquel Mundial no defraudó la idealización del fútbol quehabían provocado las voces radiofónicas y los artículos periodísticos. Perocada partido de Brasil era una soberbia obra coral, en donde Pelé se encargabade lo distinto. Como si en medio del partido, activado por un balón,apareciera en escena un mago que asombraba con un maravilloso instinto animalque nadie más tenía.

A pesar de mi argentinida , lloré de alegría viendo como Brasil levantaba laCopa y como Pelé era paseado a hombros en lo que era su consagracióndefinitiva. Muchos años después me encontré con la crónica de aquella finalfirmada por el periodista y escritor Armando Nogueira, que empieza de estaforma maravillosa: “Y las palabras, yo que vivo de ellas, ¿dónde están?” Merecuerdo solo en aquella cocina y aunque ya apuntaba maneras como agnóstico,sentía que Dios quería decirme algo cada vez que Pelé tocaba la pelota. Unchico de 14 años tampoco tenía palabras para definir la emoción que sentía,pero mirados esos momentos desde aquí, tengo pocas dudas de que aquellos díasconformaron mi gusto por un fútbol elegant, astuto y valiente. Fue aquelBrasil, y sobre todo Pelé, los que me hicieron creer que el fútbol podía ser,entre otras muchas cosas, una obra de arte. Con el tiempo encontré muchas másveces otras cosas que obras de arte pero mi sensibilidad ya estaba marcadapara siempre.

And aquel Brasil todos jugaban de maravilla, pero Pelé no necesitabaesforzarse para ser diferente. Inventaba soluciones espontáneas para todos losproblemas, lo que era una experiencia estética siempre diferente. Hablamos deun atleta de zancada armoniosa, tanto que era bello verlo correr. Muy fuertemuscularmente, virtud útil para el freno, el arranque, el salto, todosproductos de primera necesidad para hacer desequilibrantes su fútbol. Tambiende coraje andaba bien. Aquellos que lo marcaron coincidían en que, al comienzode los partidos, Pelé les hacía una advertencia: “Si me pegan, pego”. Y enaquellos tiempos se pegaba lo que las nuevas generaciones no se imaginan. Comoadvertía, Pelé respondía con sentido de la proporción.

Y ahora sí, señoras y señores, llega su majestad la pelota a los pies de Pelé.Aquí no había puntos débiles. Conducía, regateaba, pasaba y tiraba con las dospiernas; su mirada periférica pasaba de cercana y mediana hasta largadistancia para habilitar a compañeros con precisión y un veneno que le abríaun panorama nuevo a la jugada. La cabeza, siempre levantada, era parteimprescindible de la gracia de su figura. En el área tenía un repertorioinagotable que queda expresado en los 767 goles oficiales y los muchos más demil, si contamos los amistosos.

Su repertorio futbolístico era amplísimo. Aqui va una pequeña muestra. Essabido que cuando pisaba el área y no había asociación posible con uncompañero, tiraba paredes con los rivales. Tan simple como utilizar laspiernas de los contrarios como una pared de verdad, se las tiraba fuerte yantes de que pudieran reaccionar, Pelé ya se había apoderado del rebote. Elsiguiente paso se llamaba gol. Cesar Luis Menotti, que fue su compañero en elSantos, cuenta que saltaba para cabecear y, en el aire, hacía un doble salto,la paraba con el pecho y luego tiraba. Los porteros se avivaron y, cuando laparaba con el pecho, salían para llegar antes de que la pelota bajara a lospies. Pero atención: cuando el portero estaba a mitad de camino, Pelé metía lacabeza como las tortugas y cabeceaba por encima de la salida. Otra vez gol.Por esas cosas Menotti, cuya inteligencia llegó hasta la médula del fútbolargentino y amó a Di Stéfano y Maradona, como ama a Messi, asegura a quien loquiera escuchar que “como Pelé, ninguno”.

Yo nunca supe comparar épocas y creo que no viene al caso ni en este ni enningún momento. No fue el único que, dentro de una cancha, me sedujo hastasucumbir a su encanto, pero fue el primero. Amo lo que Pelé me ​​dio y essuficiente para decirle gracias para siempre.