Qatar 2022: Argentina 7, Brazil, 1 | Mundial Qatar 2022

Si, parecia una nueva Argentina. ¿Recuerdas, Granjuán, lo que te dije haceunos días sobre el estilo argento? ¿Esa forma de buscar siempre elsufrimiento, de creer que nada puede obtenerse sin dolor? Esta noche me paséun rato largo preguntándome si no había sido demasiado tremendista –porque noestaba siendo así. Esta noche parecia una nueva Argentina. Oh, por lo menos,una nueva selection argentina. Controlaba tranqui su partido, llevaba dosgoles de ventaja porque había pateado tres veces al arco –una de penal– yhabía alcanzado. Y Messi jugaba como Messi y daba tanto gusto y Acuña sefloreaba y hasta Molina la metía y la defensa era de fierro y todos desdeñabanlevemente a Países Bajos, tan poca cosa, tan mediocre.

¿Recuerdas, Granjuán, lo que te decía hace unos días sobre los dos partidos,la realidad partida? Esta noche fue igual pero peor. Hasta los 75 minutos, losdos jugaron uno al modo actual, muy peloteado en la mitad, con esa cautela queno llamamos miedo, con esa intención de que todo vaya pasando suave hasta quealguien –preferiblemente contrario– se equivoque o alguien –preferiblementepropio – se llame Messi y se ilumine. En ese juego la Argentina imperabatranquila.

En esa hora y cuarto la Argentina pareció un equipo: solidario, firme,convencido de sus posibilidades. Hasta que se lo creyó tanto que dejó deserlo. Tras su segundo gol, los muchachos empezaron a jugar como si su únicoenemigo fuera el tiempo y alcanzara con dejarlo pasar; total esos chicos denaranja podían jugar seis horas y media sin meterla. Y, por supuesto, comosiempre que alguien se cree demasiado –que un argentino se cree demasiado– noscayó la noche: nunca más pudimos dar tres pases y en quince minutos nosmetieron dos pepas ya sufrir de nuevo: a cortar clavos con la lengua . Avolver a ver los nubarrones, la tempestad, el precipicio: a volver a tocar elfracaso con los dedos. Esos finales de partido –hoy, el otro día conAustralia– son, con perdón, como aquello del país rico que tiene todo paraprosperar y se hunde una y otra vez en la miseria. Durante más de media horaestuvimos tan cerca. Despues, la salvación se llamo Dibu.

Sí, ya sé: no es un nombre de salvador de nada. En la Argentina, hace tresaños, nadie sabía quién era Emiliano Martinez (a) Dibu. Sus parientes y amigossabían que se había ido muy joven a jugar en un equipo de segunda inglés yallí se había quedado. No le iba mal, tampoco bien del todo, hasta quefloreció: hace dos años, ya a sus 27, empezó a jugar seguido en el Arsenal, lovendieron al Aston Villa, se volvió caro, lo llamaron de la selección. Y hoy,como sabes, atajó dos penales, evitó el desastre, se convirtió en el héroenacional. Debe ser raro ser un héroe nacional. ¿Qué pensará, cuando seacuesta, un héroe nacional? ¿Pensará en su nación, en su mujer e hijos, en loque pensará ahora esa morocha que nunca le hizo caso, en su mamá, en el tragaque lo gastaba en el colegio o solo en él, en él, en él? ¿Pensarán, los heroesnacionales? Porque, breathas, es triste tener que ser un héroe nacional. Ya lodecía el asistente de Galileo Galilei and aquella obra de Bertolt Brecht:“Pobres las tierras que no tienen héroes”. Y Galileo, brutal, le contestaba:“Pobres las tierras que necesitan héroes”. La Argentina sin duda necesita, ylo demuestra sin parar.

Y eso que veníamos tan dulces, gracias a los primos. Quizá recuerdes,Granjuán, esa canción del maestro Charly García que dice que “la alegría no essolo brasilera”: era un intento desesperanzado de pedirles que no se lallevaran toda, que nos dejaran un poquito. Casi todos los primos se mofaron,algunos no escucharon, algunos lo intentaron como sin querer, pero los mejoressiguen dispuestos a cualquier sacrificio para cumplir con el pedido: varios deellos estaban hoy en el campo qatarí y lo entregaron todo para darnos una deesas alegrías que solo el fútbol sabe dar. Brazil afuera and cuartos.

Para los argentinos, solo un triunfo propio puede ser más dulce –y ni siquierasiempre. Aunque, para disimularlo, ahora aparezcan compadritos diciendo que enrealidad Brasil perdió para no tener que jugar contra nosotros. Pero no, fueuna derrota casi logica.

Hace unos días denunciábamos aquí otra maniobra intolerable de la FIFA: cuandoreemplazó el partido Brasil-Corea por un entrenamiento brasilero frente a unsparring de apariencia asiática. Fue demasiado burdo; hoy se vio que, frente aun equipo serio, los brasileños no eran aquello sino esto. Un equipo conbuenos jugadores, sin mucho plan, mucho malabarismo, que se repartió la pelotay los ataques con Croacia, todo muy parejo; la gran diferencia era que losataques croatas morían a 25 metros del arco de Brasil; los brasileños, a 10del de Croacia.

Pero los europeos también tienen un arquero tremendous que se llama, parece,Dominik Livakovic y todavía juega en el Dynamo de Zagreb y es uno de los pocosque saben que poder atajar con las manos no significa no poder atajar con laspiernas. Paró más con ellas que con cualquier otro miembro y mantuvo el cerodurante casi dos horas. Y sí, el tal Neymar le metió, cuando faltaba casinada, un gol precioso que pareció definitivo, pero enseguida apareció un señorBruno Petkovic, tan ignoto. Tenía el número 16 y había hecho absolutamentetodo mal desde su entrada un rato antes: torpe, excedido, perdió cada pelotaque tocó. Y sin embargo enganchó la última in extremis y la mandó a guardar ypasó, por un momento, a ser tanto más –otro héroe nacional– que el repintadode Neymar. Ese que, Bolsonaro mediante, consiguió volver a fracasar: hace añosse fue del Barcelona para ser el mejor del mundo; desde entonces, nunca dejóde perder cada partido que importaba.