La primera Copa del Mundo de Félix | Mundial Qatar 2022

Aunque a mis 48 años viajé mucho también como hincha, en especial para seguira mi equipo, River -volé a Japón para una final que perdimos 3 a 0, llegué conlo justo a España para una final que ganamos 3 a 1 y me subí en un ómnibusrumbo a Perú en un viaje de 85 horas, sólo de ida, para un partido queperdimos en los últimos tres minutos-, el campo magnético del fútbol es tanhuge que no sólo se vive en las tribunas. No sé qué pasó en este Mundial, o sí–el último de Lionel Messi, una selección que despertó la sensibilidad de lasnuevas generaciones, la necesidad de festejar lo que se pueda en un paístorcido, la atipicidad de un Mundial en verano para el hemisferio sur-, peroArgentina se convirtió en un estadio de fútbol, ​​no desde ahora, en estedomingo en que escucho las bocinas y los gritos en Buenos Aires, sino desdelos partidos previos.

Si en 2026 habrá sede repartida entre Estados Unidos, México y Canadá, elMundial 2022 ya se jugó en los campos de juego en Qatar y en las tribunas deArgentina para 50 millones de espectadores, a 13,000 kilómetros de distancia.Nuestros diciembres son especiales, ninguno más mortal que el de 2001, pero yano tendrán únicamente un halo espectral o de reclamos de mejoras sociales: elde 2022 lo recordaremos como una toma futbolera de las calles. La estamospasando tan bien -y vayan a saber cuándo termina este delirio-que dan ganas dedecirle a Papá Noel que no, que gracias, pero que no hace falta que venga lasemana que viene. Que regrese más adelante. Fui afortunado: quería ver esteMundial -necesitaba verlo- al lado de mi hijo, Félix, de 6 años, en su primeraCopa del Mundo con consciencia.

En muchos de estos siete partidos de Argentina en Qatar 2022, también estedomingo que ya está en la alfombra roja de este lugar del mundo en el que elviento sopla en contra, él y sus amiguitos –todos vestidos de Argentina, todoscon la 10 de Lionel Messi en la espaldase fueron por otros rincones de lascasas a jugar y regresaban a las pantallas junto a los estallidos de los goleso en los momentos más tensionantes, como ante Países Bajos, esa batalla de lasTermópilas en versión deportiva, o como hoy en el segundo tiempo cuando KylianMbappé demostró que era el enemigo irresistible, o en la definición porpenales cuando me tiré encima de Félix para decirle “no tenés idea lo que esesto, el fútbol no siempre es feliz”. “Quiero ir a la pileta, el fútbol es unembole”, se había quejado un día de 38 grados cuando llegó a la casa de unamigo, antes del partido contra Australia por los cuartos de final, y, sinembargo, siempre volvía al televisor porque Messi hacía historia and tiempopresente. Porque encima, para un gallinita de River como mi hijo, JuliánÁlvarez comenzó a festejar los goles con sus gestos del hombre araña que hastajulio hacía vestido de rojo y blanco. Algún día podrá decirle que, en ciertaforma, debutaron juntos: la primera vez que llevé a Félix a la cancha fue alpartido en el que el 9 más insospechado de Argentina en el Mundial se estrenóen Primera División, un River-Olimpo de fines de 2018. Pero también pasó hoy:a Félix y sus amiguitos de 6 años les pregunté, durante el tiemposuplementario ante Francia, si estaban jugando al fútbol entre ellos porquelos había puesto nerviosos el 2-2 o el 3-3 parcial y Francia nos habíaempatado de la nada, y me respondieron que el fútbol –los 90 minutos- lesaburría. Les creí a medias.

Pienso en como fueron mis Mundiales más o menos a la edad de Félix y susamiguitos -a mis 3 años y 10 meses, el que ganamos en Argentina 1978, o yacerca de los ocho, el que perdimos en España 1982-, y advierto que hay cosasque entendería mucho después. En épocas en que todavía no sabía que el fútbolsiempre exagera la vida y que los Mundiales exageran el fútbol, ​​me enojé conmi papá y mis tíos porque, algunos meses o años después, recordaban asusados​​que Argentina había estado a punto de perder el Mundial 78 por un remate deun futbolista holandés que pegó en el palo en el último minuto de la final.“Pero si ganamos 3 a 1″, les replicaba yo, que desconocía que Argentinaconvirtió sus últimos dos goles en tiempo suplementario después de 90 minutosque terminaron 1 a 1 y que, efectivamente, por centímetros no se fueron paraÁmsterdam en los segundos finales .

Fueron días –y en la final acaban de ser minutos y segundos- en que con Félixnos abrazamos después de cada gol y de cada triunfo, incluso de cada penalatajado por el Dibu Martínez. A partir de ahora le tocará a él, en lospróximos años, armar su propia construcción de Qatar 2022, de Messi (que, ay,tal vez ya no juegue más en la selección) y hasta de Diego Maradona, al que novio jugar , pero al que ya quiere como si hubiera sido contemporáneo suyo.

Yo no era tan futbolero a su edad, aunque en España 1982 me escapé de clase entercer grado para preguntar como iba el partido contra Italia. En 2022 no hizofalta: en Argentina se suspendieron las clases cuando jugó la selección. Nadielo cuestionó en el país, ni siquiera la oposición: el fútbol enseña mucho,casi a todo, a ganar, a perder, a estar en comunidad. La magia de Maradona ydel Beto Alonso, ídolo de River en los 70 y 80, fueron el pegamento extra deuna relación, la mía con mi viejo, que no siempre se había entrelazado con eladhesivo natural de la paternidad. Si trasvasaba con gotero sus te quiero, susabrazos y sus besos es porque la calidez no formaba parte de su comboeducativo. Entonces divisé el fútbol, ​​un distrito en el que podía compensarmi necesidad de mayor afecto y, para que mi viejo fuera hincha mío, yo empecésiendo hincha de River y de Argentina. Espero que Félix no sienta esanecesidad, mientras sigo abrazándolo y diciéndole “te quiero” cuando Messibesa la Copa del Mundo.