Hinchada hay una sola | Mundial Qatar 2022

Así, en las calles de Qatar se pasea la vanguardia de este movimiento –ymillonarios y lobbistas y periodistas y políticos– pero las calles argentinasse inundan de alegría: tú hablabas, ayer mismo, de la Abuela transformada enamuleto. Porque más allá de ese nuevo orgullo nacional, –el hinchismo ohinchamiento o hinchería superiores– hay algo más central, que es purahipótesis berreta y espero me perdones: se diría que hace mucho que losargentinos querían alegrarse por algo, sentirse unidos, querer a alguien todosjuntos sin reparos, querer algo que se puede conseguir. Se podrían pensar,quizá, metas más influyentes, objetivos que mejoren las vidas; si no losencontramos nos queda el fulbo –que no las cambia pero las endulza.

Porque su arma secreta es su capacidad de convertirte, por un rato, en un sera quien lo único que le importa es eso que les pasa a esos muchachos sobre esepasto bien cuidado. Es lo que alguna vez llamé “mi espacio de la salvajeríafeliz”, el momento en que suspendo el juicio y mis formas habituales de mirarel mundo y me concentro como casi nunca en eso que, a fin de cuentas, no mecambia nada. Lo hago, como tantos, pero reconozco mi incapacidad paraprolongar ese momento: al rato se me pasa y mi vida vuelve a ser mi vida. Laclave del hincha verdadero es que consigue que esos 90 minutos configuren suvida.

Y el problema, también, es definir al “hincha verdadero”. Muchas veces los queocupan ese lugar en la escenografía y la liturgia son los “barrabravas”, esosseñores que trabajan de hinchas, que forman grupos mafiosos que recibendineros y prebendas de los dirigentes de los clubes para mantener el orden–que ellos mismos amenazan – y que controlan en la cancha los robos, drogas,entradas falsas, estacionamientos y viven de todo eso –tan bien que pueden,por ejemplo, trasladar sus negocios a Qatar para la temporada. Por desgraciasuelen ser el corazón de las hinchadas, los que crean los cantitos, los quemarcan el ritmo con el bombo, los que producen la mitología. Yo fui muchosaños a la cancha de Boca y lamentaba los poderes de su barra, la Doce, la máspotente del país. Pero tuve que reconcer que, un par de tardes en que losexcluyeron, la cancha –¡de Boca!– fue un murmullo chato. Sin las “barrasbravas” las canchas argentinas son mucho menos calientes, menos argentinas.Eso, también, es lo que estamos exportando.

Pero bueno, ya es hora de callarse: llega el fútbol, ​​la final del mundo.Ahora todo depende de una duda rara: si Francia tiene un autocontrolespeluznante –que le permitió reservarse en los partidos anteriores y hacersolo lo necesario y parecer un equipo masomenos– o eso es lo que es. Parecetontería, pero yo prefiero no confiarme: l’esprit français nos engañó contantas cosas tantos siglos que una más no sería una sorpresa. Mira si no, porejemplo, nuestras madres alguna vez prendadas de Lacan, nuestros padres deAlthusser o de Sartre, tantos amigos de Emmanuel Carrère. Con ellos nunca hayque confiarse: en cuanto te das vuelta te convencen de algo.