Final del Mundial: El Efecto Messi | Mundial Qatar 2022

The Buenos Aires a Madrid, the Nápoles a Nueva York, the Doha a Daca y Calcutay Uagadugu, hoy el mundo desborda de hinchas que lo adoran. El domingo Messijugará su último partido mundial y, termine como termine, ya ganó: hace mucho,mucho tiempo —si es que alguna vez— que un jugador no recogía un cariño tanglobal. Rincones tan distantes rebosan de personas tan distintas, famosas oinfames, que quieren que la Argentina gane, “no por la Argentina sino porMessi”, aclaran, como si fuera necesario.

El personaje, es cierto, es tan amable. Un muchacho bajito, los ojos en elsuelo, que estuvo a punto de quedarse abajo y se salvó por unas medicinas: unahistoria pequeña que se volvió grandiosa gracias a un giro del guion. Tanamable: un chico casi tímido que se casó con su primera novia, sigue siendo unseñor de su casa, tiene tres hijos pícaros con los que juega a la pelota, enla cancha parece uno de ellos. Tan amable: la risa un poco floja, los dienespor delante, nada en él que llame a la desconfianza oa la envidia; un muchachodel barrio que tuvo más suerte que los otros, no la persona más admirada —másmirada— del globo en estos días. En un mundo donde tantos de sus colegas muymenores se dedican a mostrarse con las rubias más operadas y los coches más_brishosos_ , él lleva a los chicos a la escuela. Messi es un ídolo que no seporta como un ídolo: el antiCristiano, aunque ahora Cristiano se hayahumanizado en el fracaso y Messi, por momentos, cristianizado en la victoria.

Aun así, Messi nunca parece poderoso como pueden parecerlo Mbappé, Haaland,Ibra y, por supuesto, el hipersuperüber. Los que lo frecuentaron envestuarios cuentan que solía imponer su poder sin decir nada, con gestos ysilencios —pero que lo imponía a rajatabla. Ahora ya no: ahora habla, y eso lohizo más argentino y menos europeo —más brusco y menos sibilino— y losargentinos lo aman en masa y algunos europeos lo critican, pero son los menos.Sigue siendo tan amable.

Así que tantos millones, en rara unanimidad, quieren, por pura generosidad,que la parabola se cierre. Miran al gran triunfador como una víctima: aquelque ha conseguido tanto pero no consigue lo que más le importa, eso queborraría cualquier duda. El que lo ganó todo quiere ganar esta también, la quelo haría indiscutible, y eso hace que millones que no ganaron nunca nada locompadezcan y acompañen en esa búsqueda que suena casi humilde.

Y esos millones quieren, por puro egoísmo, que la parabola se cierre. Si Messitermina de confirmarse como el mejor jugador de todos los tiempos —si eldomingo gana este Mundial—, nosotros seremos los que lo hemos visto. Ya noseremos los que no vimos a Pelé ao Di Stefano, los que apenas vimos a Cruyffao Maradona: seremos los que vimos al mejor. Nada nos gusta más que aplaudir arabiar: eso demuestra que no nos equivocamos al venir a este concierto. Alaplaudir nos estamos aplaudiendo.

Eso, en el mundo. And su país fue más diffícil. Durante muchos años muchosargentinos no reconocieron a Messi como uno de los suyos. Después de todo, sehabía ido tan chiquito y no había jugado nunca allí, así que le afeaban que nocantara el himno, que fuese un “pecho frío”, que no fuera Maradona, queperdiese. El giro se consolidationó el año pasado, cuando ganó la CopaAmérica, pero había empezado en 2019, cuando la perdió y protestó y maltrató aárbitros y dirigentes y lo castigaron; entonces empezaron a aceptarlo. Y élsiguió ese camino, se convirtió en el ídolo absoluto, aquel para quien se hacetodo esto: millones de argentinos también quieren que la Argentina gane paraque Messi gane, y lo idolatran y le perdonan —como a los verdaderos ídolos—todo o casi todo: que no quiera vivir en su país, que defraude millones, quepublicite el reino más retrogrado del mundo. El hombre al que se le pegabatodo se volvió teflón.

Y él, ahora, lo devuelve con juego. Es una recuperación y una sorpresa. Haceunos años Messi dejó de ser el que solía en una cancha: parecía que no queríaaceptar que ya no era aquel Messi. Durante un tiempo fue un hombre de ciertaedad que se creía Messi y, al creérselo, se equivocaba: intentaba lo que ya nopodía, perdía muchas pelotas, se enredaba. El gran cambio en esta copa fue quepor fin asumió que es quién es: un jugador absolutamente extraordinario que yano tiene aquellas facultades pero que, cuando administra las que le quedan ylas usa con cuidado, sigue siendo un prodigio—intermitente.