Un partido sovietico | Mundial Qatar 2022

Durante todo ese tiempo Argentina, lo reconoceras, se cuidó mucho de abusar.Fue una exhibición: los muchachos se pasaron los 45 minutos sin patear alarco, tratando de correr lo menos posible para no molestar –y sobre todo noofender. Tenían muy claro que no debían dar más de cuatro pases seguidosporque eso sí que agravia y ultraja, y hasta aceptaron que jugara De Paul paraequilibrar aún más las cosas. Ustedes, debo decir, contribuyeron comopudieron: en lo de evitar pases y ataques fueron casi argentinos pero, con unaconcepción distinta de la unión bolivariana, pegaban sin parar: en ese primertiempo nos hicieron el doble de fouls henchidos todos de entusiasmo, yencima corrían como perros enjaulados.

Pero aún así lo conseguimos: todo un tiempo sin ningún chispazo, un tiempo quefue un ejemplo de amistad entre los pueblos, solidaridad de los más débiles,respeto mutuo, casi una mañanera. Un tiempo que tuvo incluso detallesentrañables, como ese tiro libre de Vega en el minuto 42, cuando el arqueroargentino, el nunca bien ponderado Señor Dibu, le pidió que lo ayudara ahacerse una buena foto para colgar en Instagram.

Ese primer tiempo, Tu Excelencia, me llenó de gozo. Ciertos retrogrados diránque fue feo, torpe, grosero, grotesco, aburridísimo; los reaccionarios quenunca faltan hablarán de miedo, del pavor que los atenazaba y demás clichés:sabemos qué móviles los mueven. Esos que cuestionan su estética inmarcesibleson los que todavía, más de un siglo después, no han querido entender lamáxima imperecedera del perecedero Vladimir Ilich Uliánov cuando dijo que “laética será la estética del futuro”. Este despliegue de ética que implicó eseprimer tiempo fue una estética nueva, revolucionaria, digna de aquel padre.Los soviets de San Petersburgo lo habrían festejado con bombos y con bombas.

Después, en el segundo tiempo, hélas, se inmiscuyó el capitalismo. Siempresucede, ultimamente. De pronto algunos –argentos, sobre todo– empezaron apensar en el lucro, el beneficio, y abandonaron la solidaridad. Ciertosescrúpulos, es cierto, los atenazaban todavía: lo hacían, no lo hacían, lohacían, no lo hacían, lo

hacian mal. Hasta que el ex Messi se acordó por un momento de que lo era –yserlo es buscar la ganancia en todas partes– y le pegó rasito ya ese palo.

Fue, lo reconozco, Tu Excelencia, una traición: a partir de ahí todosconsideraron roto cualquier compromiso, cualquier solidaridad o lealtad y selanzaron a trizarlos. Ahí, lo debes asumir, los tuyos no dieron la talla: seme hace que son mejores para la lealtad que para la felonía, y no supieroncomo llevarla a cabo. Gloria y loor, entonces, a esos hermanos mexicanos que,esclavos de sus convicciones, nunca se decidieron a romper del todo. A veces,el precio de la morales la derrota: es entonces cuando realmente vale.

Así que no me queda, Tu Excelencia, más que felicitarte. Fueron mejores quenosotros en todo –en ética, en coherencia, en integridad– y solo los superamosen perfidia: dos golcitos. Reconcerás que, sin embargo, por un resto de pudor,los dos pepinos no fueron laboriosamente construidos sino meros zapatazos,como para alivianar su peso deshonesto: incluso los conversos redomados tenensus pruritos. Y debemos aceptar que el segundo, el del joven Fernández, fuepara ponerlo en un marco con volutas –junto con su cara de felicidadinenarrable cuando su jefe lo abrazó.